octubre 17, 2005

En el País de los Sueños

En el país de los sueños todo es posible, todo ocurre como el más grande o pequeño deseo de realidad, todo fluye según las creaciones más azarosas de nuestras mentes.

En el país de los sueños, la libertad, el respeto, los derechos, la conciencia y la responsabilidad son parte de la vida, tan perfecta como queramos que sea. Cada sueño se hace realidad, cada vida es una imagen perfecta de lo que deseamos. Es un mundo de diversidad, de felicidad, de plenitud y de eternidad.

No existen las fronteras si no deseas tenerlas, no existen las obligaciones ni las confrontaciones.

En el país de los sueños, todos somos reyes, todos vivimos en palacios y no existen los abusos de poder. No somos débiles, no hay represión, censura o medios de presión. No tenemos miedo ni dolor.

En el país de los sueños, todo es hermoso, nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro lo será.

En el país de los sueños, un día alguien pensó que ocurriría si no existiesen los sueños. Y no hubo persona alguna que no condenara tal idea. ¿Cómo era posible querer cambiar algo tan perfecto? ¿Cómo era posible una mente corrompida en una sociedad perfecta?

La sociedad rápidamente se organizó y enjuició dicha idea. Era el país de los sueños, no el de las ideas. Cada sueño se hacía realidad, y una idea no lo era sin ser primero un sueño.

Se escogieron a los grandes pensantes para dirigir el juicio, los que más habían soñado, los que con sus grandes sueños habían ayudado a perfeccionar su nación. La justicia pasó a ocupar gran parte de los sueños de las personas. Ahora, existía una razón distinta para soñar cosas distintas. En los sueños apareció el miedo, miedo a que se destruyera lo que tanto amaban y con tanto sacrificio habían construido los antepasados. Pero al soñar con el miedo, este se iba haciendo realidad.

Con el pasar de los días, el juicio se hizo inminente, y también las opiniones diversas sobre la condena, olvidando que un día todo comenzó sólo con querer justicia por alguien que pensaba distinto a ellos, ahora se conformaban grupos que soñaban una lucha en la defensa de su opinión. Y con el sueño, la lucha también llegó a la realidad.

En el país de los sueños, cada día que pasaba, era uno más de cambio. Los sueños de paz, de igualdad, de respeto se reemplazaron por sueños de poder, de ambición, de triunfo, de destrucción.

El día del juicio llegó, el juez proclamado como líder de la nación, dirigió la asamblea. Ahora existían métodos, normas, leyes, procedimientos, era una sociedad ordenada.

Sin embargo, nadie en ese juicio recordó el motivo de tal, si no que se proclamó una constitución, se acordaron sistemas electorales, se presentaron planes de gobierno y se llenaron de flores quienes dejaron de soñar.

¿Para qué? ¿Por qué? ¿Qué cambió el país de los sueños?

No fue el hombre que pensó qué ocurriría si no existiesen los sueños, fue la misma sociedad que esperaba con ansias que alguien les diera esa pequeña razón necesaria para sacarlos de la monotonía de la perfección. Una vez que se presentó, nadie dudó en el cambio, nadie enjuició a los líderes, el país de los sueños, cambió su nombre a la República de los Hechos.

Así pasaron los años, y los sueños se acabaron, la República creció, libro batallas, superó una y otra vez las inclemencias del tiempo, vio pasar generación tras generación.

Mucho tiempo después, un día alguien en la República pensó ¿Qué pasaría si encontrásemos la forma de hacer los sueños realidad?

Sin embargo, sólo fue un pensamiento, él sabía que los sueños nunca se harían realidad.

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