febrero 05, 2006

Ángeles, un detective y ella. (Continuación)

Capítulo III: The Mukies


Si alguien conocía bien la historia de The Mukies ese era Paul, su guitarrista y fundador. Paul era más bien introvertido, de pocas palabras y aparentemente normal, muy difícilmente se le hubiera relacionado con la fama y el éxito que experimentó la banda antes de la revolución. Su carácter más bien impredecible y apasionado, tomaba como centro el idealismo, la voluntad y el compromiso. Paul era quien escribía las letras de la banda, y dejaba mucho que ver en ellas sobre el mismo. Su personalidad, preocupaciones y emociones estaban plasmadas en las letras de las canciones, y en los años de fama, llegaron a representar a muchos jóvenes que no estaban conformes con lo que sucedía a su alrededor.

- Hey Paul, Paul! – Gritaba el manager del grupo, mientras Paul estaba como en las nubes. Paul había presentido que algo había sucedido. Si bien Paul y Annie estaban peleados, ello no quitaba que Paul siempre presintiera ciertas cosas. Esto era algo especial en Paul, y le ocurría generalmente con las personas que estaban más cercanas a él y con las que tenía una relación más íntima. Constantemente lo acechaban sueños sobre el futuro que en un principio no comprendía, pero que con el paso del tiempo, fue asumiendo, sobre todo porque mientras más fue creciendo esos sueños se fueron tornando más reales y fueron antecediendo sucesos de su vida real, como si alguien intentara contarle un cuento sobre su vida, mientras dormía. Paul fue poco a poco escondiendo lo que le sucedía y encerrándose en su mundo que estaba reforzado de forma excesiva por lo espiritual.

- ¿Irás con nosotros a la cena?
- No creo sentirme bien – dijo Paul haciendo un gesto de incomodidad y mirando luego al cielo.
- Vamos!, sabes que esta noche vendrá Sandra y seguro que quiere verte.
- No lo se – dijo Paul con cara de preocupación, como si hubiera recibido una mala noticia.
- OK, vete a casa, cámbiate de ropa, relájate y nos vemos en mi casa – Maurice había sido manager de la banda desde su reagrupación hacía ya unos meses y había conseguido establecer un vínculo más cercano con Paul. Maurice creía que Annie no era la mujer que debía estar con Paul, por eso se empeñaba en que Paul conociera a otras mujeres.

Pero Paul ya no era el mismo, de hecho, pensaba que la banda tampoco era la misma que hace 10 años. Había cambiado la situación, la presión social y política, la sociedad ya no clamaba por los ideales de una década atrás. Paul sabía esto, el mismo ya no escribía sobre lo mismo. Sus temas habían pasado de gritos idealistas y confrontacionales a temas mucho más espirituales, complejos y profundos.

El movimiento que generó la banda, involuntariamente durante la revolución, fue algo que motivó a Paul y al resto de sus integrantes a dejar de tocar, principalmente debido a que pasaron a ser personas representantes de la lucha, y fueron perseguidos, interrogados, criticados y muy observados durante mucho tiempo. Tiempo en el cual la banda maduró, musical e ideológicamente.

La apuesta de la banda ahora, era expresar su nueva postura, arbitraria, pragmática, atemporal y sobre todo de cuestionamientos más allá de lo social, de la mano con los sentimientos de Paul, sobre sus sueños y sobre pequeños episodios que fueron construyendo su mundo después de la revolución. Estos episodios, aunque muy aislados, lo confundían, y no podía darles una explicación más coherente que la que ahora tenía. Paul explicaba alguno de ellos a través de su fama, él decía que el ser alguien famoso hacía que muchas personas se le acercaran diciéndole que sabían sobre su futuro, sobre lo bueno y lo malo que le sucedería, pero él, sabía en el fondo que eso no era suficiente como explicación para sí mismo.

Paul recordaba como a medida que fue escribiendo las letras de sus canciones, éstas, como por arte de magia se fueron relacionando unas con otras para terminar dando un sentido coherente con el tiempo y con la situación diez años atrás. Él sabía que en parte era el juego propio de su inconciente, pero también, no podía sacar de su cabeza el hecho de que en su mente habían muchas piezas de un complejo rompecabezas que no podía ser ciento por ciento invención de su creatividad. Algo le hacía pensar que había algo superior a él que estaba intentando decirle algo, o llevarlo hacia un destino que parecía ya escrito y cuya fuerza era imposible de evitar. Había sido tanto así, que siempre volvía a su memoria ese sueño, donde ese hombre casi angelical le decía “Paul, no huyas, ya sabes que no estás solo en este camino, sólo sigue adelante”.

Esa noche, mientras estaba en su casa ya solo, y se preparaba para salir a casa de Maurice, volvió a tener el mismo sentimiento que tuvo unas horas atrás. De pronto, alguien golpeó a su puerta. Paul sintió que su corazón comenzó a latir más rápidamente, su labios se secaron, y su estómago se contrajo varias veces. Él sabía que sólo una persona podía provocarle eso. Dudo algunos segundos, y luego se acercó a la puerta.

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